La Celada


- Parece que hoy se mueven solas, afirmaba en tono de disculpa aquel desconocido. Bajé la mirada para intentar comprender como había llegado a aquella desastrosa posición y, allí estaba su caballo, que cual Bucéfalo furioso había sacado una a una, junto a mis esperanzas de ganar, mis piezas del tablero. Ese caballo que ahora inmóvil parecía buscar la mirada de aprobación de su dueño, y que si no fuera por el evidente gusto por la sangre del jamelgo, parecería solicitarle un azucarillo por el trabajo bien hecho. Pero aquel bicho y todos los demás eran de plástico, de modo que solas no se movían, no. Pero el tipo lo decía como si el no hubiera tenido nada que ver, ‘yo no he sido’ le hubiera faltado añadir. Y era evidente que sí había sido él y esa frase, ahora me daba cuenta, era el único descuido que había cometido durante las partidas, y me hacía comprender que por encima del tablero existía otro juego en el que también estaba perdiendo.


Todo empezó esa misma tarde cuando después de un día de turismo, en pantalón corto y con mi cámara colgada al cuello, me encontré en la puerta de una cafetería con cartel “La Galería”. Sin pensarlo mucho entré con la idea de beber algo fresco, también con la intención de charlar un rato y obtener algo de información de la que no viene en las guías de viajes. El local en honor a su nombre era oscuro y la entrada daba a un largo pasillo, dividido en su anchura por una barra en la que al fondo, como queriendo evitar la esplendida luz de la calle, se distinguían dos formas enfrentadas a cada lado que se hicieron humanas a medida que mis pupilas se abrieron, y que finalmente creí dos estatuas más de las que había visto ese día, inmóviles y en silencio como estaban, percatándose apenas de mi presencia hasta que hice uso de mi sencilla educación dando las buenas tardes.
Era el sagrado momento de quitarse todo el polvo que la visita turística había dejado en mi garganta y cualquiera sabe que no hay para eso nada mejor que una buena cerveza, que me pusieron, aunque no le di importancia, al lado de donde ellos estaban jugando al ajedrez. Al principio, mientras bebía, miraba distraído como las fichas iban de aquí para allá, y al rato y sin darme cuenta acabé moviendo mentalmente todas las piezas, analizando cada uno de los posibles movimientos, totalmente absorto en el tablero. Tan solo reaccione cuando uno de los jugadores me dijo: - “¿Una partidita jefe?”, - “¿Por que no?”, dije confiado, ya que yo me creía buen jugador, aunque este pensamiento solo duró hasta el momento en que empecé a perder una partida tras otra…

No podía comprenderlo…realmente parecía que la fichas se movieran solas, ya que después de pensar un movimiento, mi mano hacía otro completamente diferente que daba ventaja a mi rival, que movía inmediatamente, como si supiera de antemano mi jugada, como si pudiera observar mis pensamientos. Y él seguía moviendo, sin darme un respiro, como asfixiándome, y realmente sentía que empezaba a faltarme el aire, como a las estatuas que había visto ese día, rostros de mármol con una extraña expresión reflexiva, como si se hubieran petrificado pensando en el siguiente movimiento. Demasiado tarde para darse cuenta…comencé a sentirme cada vez más rígido, y casi sin poder moverme alcé la vista y allí estaba mi rival, mirándome con una sonrisa malévola, finalizado ya su trabajo, dando la bienvenida a una nueva estatua que para siempre formará parte de “La Galería”.

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